lunes, 14 de mayo de 2012

Cuando miro los ojos de mi perro Donatello,.. ya no lo puedo entender.

Vinicio Contreras B. - asesor en seguridad privada 


Conocí varias plazas de toros;   las de América,  Lima,  Bogotá, Cali,  Quito.   Como me emocionaba,  el paseillo,  perfectamente reglamentado,  con su hermoso cortejo, de varios personajes,  en los que destacan,  matadores,  rejoneadores,  banderilleros y otros más;  que varían según la plaza en la que uno se encuentre.  Todo huele a tradición,  hasta   la música de la banda.  
 Ya frente a la tribuna principal,  la venia del cortejo y el pañuelo del presidente,  autoriza el
inicio de la faena. El primer tercio comienza:  sale el bravío animal sus patas en la arena,  la cornamenta al sol.  Frente a él,  el invencible rejoneador o picador,   montado en su caballo, en su noble y disciplinado caballo.  El castigo empieza y el toro muestra de que está hecho. Con furia arremete contra el jaco,  que vendado un ojo,  no ve todo lo que está pasando. 
 El segundo tercio;  es la hora de los colores,  de la destreza y el valor.  El banderillero se toma la arena,  en sus manos los pares de banderillas de colores,    vuelan precisas,  enérgicas y certeras,  sobre el lomo.  El  cuerpo esbelto del peón de brega  y sus movimientos elegantes,  causan emocionados movimientos entre el público.
 El tercer tercio.  Es la hora de la verdad,  ahora el toro pagará con su sangre,  pero no la donará,  la venderá caro.  Con sus astas asesinas,  envestirá una y otra vez al matador,  buscando dañarlo,  derribarlo. El hermoso traje de luces, se impondrá  como casi siempre pasa,  el animal brutal será vencido por la maestría y el arte del matador.  Quién logrará ponerlo en posición;  es decir con las escapulas abiertas para que el acero, no choque con algún hueso. Luego el toro será rematado por otro personaje,  que se sirve del verduguillo,  puñal especial para esta tarea. Al final,   la Presidencia de la Plaza,  decidirá si hay trofeo.  Según el color del pañuelo que enseñe la autoridad,  puede el torero tener derecho a una oreja,  o incluso a dos.  En algunos casos va también el rabo.  Estas se cortan en el momento,  le son entregadas al matador,  quien las exhibe a su fervoroso público. Y esa es básicamente una corrida de toros.   
 Casi se me olvida mencionar,  la mirada aterrada del toro,  después de ser perforado por la lanza del rejoneador,  sin olvidarnos que en el chiquero,  como le llaman en algunos lugares al calabozo en donde el toro espera su muerte,  también se le pica con una lanza desde el techo.  
 Las hermosas banderillas,  tienen puntas como de arpón,  y se clavan desgarrando su carne y con el movimiento del animal,  el peso de estas causan más dolor. La precisión del matador a veces no es tal,  y las estocadas no son certeras.  No matan a la primera,  solo revientan algunos órganos internos,  que salen en pedazos junto con grandes cantidades de sangre,  por el hocico del animal.  Pero el toro sigue de pie,  listo para otra espada en su cuerpo. En fin ya no me gustan las corridas de toros,  cuando miro los ojos de mi perro Donatello,  ya no lo puedo entender.

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