sábado, 20 de abril de 2013

El arte de matar

Antonio Muñoz Molina  (escritor)



Cuando yo tenía seis o siete años mi padre me llevó una vez a una corrida de toros. A él le gustaban mucho y le ilusionaba transmitir a su hijo esa afición. Se acordaba siempre de la tarde de agosto en que alguien bajó por la vereda de la huerta en la que trabajaba y le dijo llorando que un toro acababa de matar a Manolete, muy cerca, en la plaza de Linares. Manolete era para ellos un héroe y también una persona muy próxima. Más aún lo fue veinte años después otro matador de éxito más bien pasajero, Carnicerito de Úbeda. No sólo era de nuestra misma ciudad: su padre, de quien le venía el sobrenombre, tenía un puesto en el mercado justo enfrente del mío. De pronto ese niño al que mi padre había visto crecer era una figura del toreo que llenaba las plazas y aparecía a página entera en

viernes, 5 de abril de 2013

Reflexiones desde un punto de vista neutral.


Agustin Ordeñez Revilla



Creo que mi experiencia puede ser útil para todos, sea cual sea su opinión acerca de la fiesta taurina. Nací en una familia taurina, casi todos mis antepasados vivieron el mundo del toro, y yo como no iba a ser menos desde pequeño me aficioné a las corridas. He pertenecido durante casi 20 años a una de las peñas taurinas de más enjundia en este país y he asistido a las mejores corridas que se han podido ver en España. Incluso he conocido a alguno de los diestros más afamados. Sin embargo, en uno de mis viajes por el centro de Africa, mi manera de ver las corridas de toros cambió sobremanera, ya que fui testigo de un ritual de una pequeña tribu, que por cierto entraba dentro del paquete turístico que nos vendieron, en el que se sacrificaba ritualmente a un pequeño animal. Mis acompañantes vieron un magnífico espectáculo, lleno de colorido, magia y tradición, pero sin embargo yo no pude ver más que el rostro del animal pidiendo clemencia y su gesto de dolor y de