martes, 15 de mayo de 2012

Lo siento pero no me arrepiento, (despedida de una afición que ame)


Ciro Estrada Lechuga  - Profesor Universitario




Desde pequeño fui a las corridas de toros. Crecí con ellas. En casa de mis abuelos paternos había una galería dedicada al arte taurino, contaba con banderillas, dos cabezas de toros de lidia, orejas, rabos, carteles, y fotografías de mis tíos y parientes con matadores, banderilleros, monosabios, y hasta con rejoneadores famosos. El ambiente de la fiesta brava es espectacular, inigualable, surrealista. El olor del tabaco, las botas de vino pasando de mano en mano, los gritos de las porras y los olés de la afición, todo en su conjunto configuraron en mi el amor y pasión por un arte que
consistía en asesinar a un animal de media tonelada de peso, a través primero de diversas armas, y finalmente (la llamada "suerte máxima") clavándole una espada en el dorso, y atravesándole el interior al animal.
Los toros, o la tauromaquia es todo un asunto cultural. Se trata de una actividad humana cargada de símbolos, reglas (escritas y no escritas), y arte. Habrá quien refute estos argumentos, y esgrima otros, como por ejemplo, que no puede hablarse de arte ni de espectáculo cultural cuando de lo que se trata es de matar animales. Pero la fiesta brava no se reduce a esto, ni siquiera es irremediable que así suceda pues la posibilidad de indultar al toro esta latente cada vez que una bestia de lidia atraviesa la puerta de toriles. 
 A lo largo de mi vida escuché también argumentos a favor y en contra de la fiesta. Por supuesto yo he defendido hasta el día de hoy lo injustificable, argüía razones económicas (la fiesta brava es un negocio que da sustento a miles de personas de manera directa, entre ganaderos, trabajadores, vendedores, matadores, banderilleros, picadores, monosabios, y un larguísimo etcétera); razones culturales (al ser un espectáculo que existe desde hace siglos, cargado de simbolismos, resultaría un crimen clausurarlo); razones genéticas (conservar al buen toro de lidia implica mejorar su especie como se hace con pocos animales en el mundo); razones de conservadurismo (el toro de lidia, sólo existe porque es un negocio para el ganadero, si desaparece la fiesta brava, la consecuencia irremediable será la extinción de esta especie animal); razones de justicia (es más digno para un toro morir en un redondel, con la oportunidad de defenderse, que en un rastro donde la muerte es la única salida); razones de esperanza (un toro de lidia, si es indultado, salva la vida y queda como semental por el resto de su existencia); razones de respeto al derecho ajeno (si no te gustan las corridas de toros, no vayas a la Plaza de Toros, si no te gusta el fútbol, no vayas al estadio, si no te gusta el cine, no vayas al cine, pero por favor, no fastidies a los que si disfrutamos de esas actividades); y hasta razones espirituales (Dios ha querido que exista la tauromaquía, aunque para esta última justificación honestamente no encontraba ningún soporte ni en la Biblia ni en ningún texto sagrado). 
Con absoluta franqueza debo decir que sigo creyendo en la veracidad y validez de la gran mayoría de las razones que antes mencioné. También debo decir que adoro y siempre amaré los trajes de luces, la elegancia del porte en el matador y sus subalternos, la belleza sublime de unas banderillas bien armadas, y mejor aún, bien clavadas en el toro, la emoción hasta las lágrimas de un rejoneo bien hecho o de una faena que conmueve y hace lanzar vivas al toro. El arrastre lento como homenaje al animal que ha hecho una fantástica labor defendiendo su vida, la rechifla y oportuna mentada de madre cuando el matador ha fracasado en la suerte máxima y ha hecho sufrir injustificadamente al animal, el regocijo de un buen puro, acompañado de cerveza o vino, y gritar olé a todo pulmón mientras el soberbio matador hace un desplante al toro o le arranca muletazos con destreza y técnica. 
 He visto como toreaban grandes figuras, y he constatado que aquellos que se atreven a poner un pie en un ruedo frente al toro, son verdaderos valientes. No importa cuanto mencionen la ventaja del hombre, también he visto toreros salir en vuelos con sangre manando de sus heridas y los carísimos trajes de luces hechos trizas. 
 Pero hoy, para mi, eso ha terminado. Guardo en el corazón y el espíritu todos aquellos recuerdos, desde la casa de mis abuelos hasta la última corrida a la que fui y emocionado cargaba a mi hija mayor mientras la explicaba los sentidos de la fiesta. "Aquí hija, en México, nuestro México, tenemos la Plaza de Toros mas grande y cómoda del mundo", "Hija, ¿sabías que Cantinflas declaró en alguna ocasión que de no haber sido comediante, hubiera deseado ser matador de toros?", "Hija, mira, el matador ha dedicado el toro a todos los presentes, y acto seguido, ha arrojado la montera al suelo", "Mira hija, qué hermosos caballos", "Hija, a tu abuelo Ciro, esto le encantaba... qué daría por volver a ver a Valente Arellano o a Carlos Arruza, o esas monumentales faenas que hacían Eloy Cavazos, Curro Rivera o Joselito Huerta".
Pero la pregunta que no podré responder jamás, fue cuando esa misma niña, emocionada como su padre orgulloso, preguntó con voz inocente: "¿Y lo matan papá?, ¿por qué?". 
 He decidido entonces que ha ganado la parte racional en mí, que no es justificado bajo ninguna circunstancia matar a un animal por razones de espectáculo o entretenimiento. Pero no niego mi pasado, ni mi cariño por la fiesta brava a la que tantos lazos me unen. Hoy dejo de estar a favor de la fiesta, y aunque lo siento, no me arrepiento. 

Con respeto, digo hoy, NO A LAS CORRIDAS DE TOROS. 

1 comentario:

  1. Si no se arrepiente, es sincero? Al menos algo lo hizo reaccionar ante semejante atrocidad, con todo respeto

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