Lorena Vargas (integrante de una banda musical)
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no debería acordarme, asistía todos los años a las corridas de toros correspondientes a las fiestas patronales de agosto para tocar con la banda municipal. Soy antitaurina y no como carne, pero me engañaron. Me engañaron porque al principio, cuando me negué a colaborar, el director me confesó: “A mí tampoco me gustan los toros, pero cuando un músico se pone el traje desaparecen los sentimientos, las ideologías y las creencias. Somos como un payaso; hay que ir a tocar impasible”. Y así me vi:
embutida en el traje y desfilando en el ruedo antes de que comenzase la carnicería.
embutida en el traje y desfilando en el ruedo antes de que comenzase la carnicería.
“No hay sentimientos”, me repetía una y otra vez. Primera salida que indicaban las trompetas. Peludo era su nombre. La última vez que había estado en una corrida de toros con amigos cuando era pequeña, lloré, pataleé, grité, insulté. Y entonces, apenas unos meses antes de cumplir la mayoría de edad, tenía que permanecer impertérrita porque estaba allí en nombre de la banda, un conjunto, un oficio y “no había sentimientos”. En el primer toro comenzó el duelo. En el segundo, el llanto. En el tercero, la ira. En el cuarto, la desesperación. En el quinto me negué a seguir tocando. Y en el sexto abandoné la plaza.
Continué asistiendo los años siguientes. Seguía engañada pensando que el imperativo de no-hay-sentimientos me iba a salvar de la tortura que suponía ver ese injusto espectáculo. Pero sobre todo continué asistiendo pensando en otros músicos antitaurinos de otras bandas -e incluso de la mía- que renunciaban a su sensibilidad por la profesión. Si ellos lo hacían, ¿por qué yo no? Dejar tirada a mi banda sería un acto de inmadurez.
Seguí incapaz de permanecer impasible. Ya no solo gritaba a esos bárbaros: ahora discutía mientras aguardaba junto a ellos nuestra salida al ruedo. Así que continué asistiendo a cambio de reivindicar la libertad de los animales: dejaba de tocar, alzaba la voz o era observada mientras me iba furiosa de aquella plaza. Incluso charlaba con los más taurinos de la banda cuando el pobre toro bramaba de dolor, a juzgar por su sangre, y hasta ellos comenzaban a mirar recelosos al ruedo. Sólo hay que olvidar nuestra educación, lo que hemos aprendido en casa y escuchar y valorar otros puntos de vista. No me pudieron negar que aquello que veíamos en directo era una tortura, a pesar de su afición. Y, repito, tras establecer cierta empatía con ellos, miraban recelosos al ruedo.
Me engañaron: por supuesto que hay sentimientos. Por supuesto que duele ver esa criminalidad detrás de la partitura. Duele pensar que formaba parte de ese espectáculo. Duele pensar que colaboraba para que siguiese adelante. ¿Qué sería de una corrida de toros sin música? La salida del toro, la entrada del picador, del banderillero, la calidad de la faena del matador -hasta el nombre espeluzna-, todo lo contamos nosotros a través del aire. La música es su alma. La música disfraza los mugidos del toro cuando está siendo mareado y debilitado. ¿Por qué ir a tocar impasibles? Jamás hubiese aceptado ir a deleitar la asfixia de los pobres judíos en las cámaras de Auschwitz, demonios. ¿Por qué esto? Ay, españolito, qué confundido estás. Me encantan los pasodobles, pero están manchados de sangre.
Somos algo más que una formación conjuntada y sumisa. Tenemos nuestra propia voz, un instrumento muy valioso, como sabéis. ¿Por qué no empezar reivindicando desde algo imprescindible para ellos? Pensadlo todos. Diez músicos de mi banda son antitaurinos, pero nadie lo sabía hasta que no empecé a verbalizarlo. Y es muy posible que dentro de pocos años dejen de ir a tocar a esos festejos porque ahora hay más de uno que grita al torero. Y las nuevas generaciones que llegan a las bandas son cada vez más antitaurinas.
Que no se dejen engañar, como yo hice: dedicarse a la música no implica renunciar a la sensibilidad y al humanismo, aunque muchos lo hagan; al igual que dedicarse a la política no implica robar, aunque otros muchos también lo hagan.
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