lunes, 7 de octubre de 2013

A partir de entonces lo vi distinto


Patri Nueva  ( activista por los animales )

Ayer hablando con mi madre salió el tema de los toros y me puse a pensar. Resulta que de pequeña me gustaban. Me pasaba las sobremesas con mi abuelo viendo la tele, que siempre me dejaba elegir el canal y se tragaba horas de dibujos sin protestar (excepto de los anuncios, los odiaba todos). Pero si había toros me decía que esperara, que no cambiara de canal hasta que acabaran. Me parece estar viéndolo en su lado de la salita sentado, con el bastón en la mano riéndose. Recuerdo el sonido de las trompetas, los golpes en los portones por donde sale el toro, los pañuelos blancos agitados en las gradas, los caballos arrastrando al toro ya muerto, el torero levantando las orejas con gesto triunfante... me gustaban sobre todo los picadores, claro que
entonces no entendía lo que hacían, me parecía un juego. Me gustaban los caballos porque desde siempre me he sentido cómoda entre animales.
Un día la cámara grabó un primer plano de un toro vomitando sangre, y le pregunté a mi abuelo por qué el toro sangraba. No recuerdo la respuesta exacta, pero sí que fue sincero y me dijo la verdad, que le estaban haciendo daño. A partir de entonces lo vi distinto. Los toreros besaban al animal, ya tumbado agonizante en la arena, y no le dije nada pero no lo entendí. ¿Besar a alguien a quien hieres a posta? Otro día le pregunté por qué cuando el torero bajaba los brazos y el capote el toro y se giraba, dando la espalda al toro, éste no embestía con fuerza y lo mataba. Me respondió que no lo hacía al principio de la corrida sino cuando ya el toro estaba cansado, que por eso sacaban a los caballos, a los picadores, que con las lanzas lo apuñalaban para que perdiera fuerzas. También me contó que cuando un toro era muy bravo, muy agresivo, lo indultaban, le permitían vivir. Tampoco lo entendí, ser agresivo es malo, así que por qué salvar al bravo y matar al más manso?
Es gracioso que no recordara esos momentos y que en un instante volvieran a mi memoria. No recuerdo cosas que mi hermana o mi madre me cuentan de mi infancia, cosas que debería recordar igual que ellas. Sin embargo otros momentos que parecen intrascendentes, como ese, cuentan con todo lujo de detalles.

Ahora le doy vueltas a esos momentos con mi abuelo, viendo las corridas de toros. A esas preguntas y a sus respuestas. A cómo algo que tanta gracia me hacía se convirtió para mí en un horror en tan solo un momento. Me pregunto qué habría pasado si mi abuelo hubiera respondido de otra forma, si me hubiera dado esos argumentos que dan los taurinos y que para un niño pueden sonar incluso a verdad.
Él disfrutaba viendo las corridas de toros, le gustaban, a pesar de ser un buen hombre. Sin embargo no las defendió, no la justificó. sólo me dijo la verdad. Estoy segura de que en ese momento no era consciente de que sus respuestas estaban despertando la curiosidad, la rabia y la incomprensión de una antitaurina. Simplemente respondió con inocencia las preguntas inocentes de una niña.

Y por eso, entre otras cosas, estoy muy orgullosa de él. Si alguna vez tengo hijos procuraré no transmitirles mis ideales, mis opiniones o "mis sentencias", sino darles la información objetiva y justa que necesiten para sacar sus propias conclusiones, aun sabiendo que éstas puedan ser contrarias a las mías.
Aunque hace muchos que no estás, sigues enseñándome muchas cosas.
Gracias abuelo, por dejarme ser libre.

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